Dicen que el arte está relacionado con la emoción. Con sentir algo que te remueve por dentro cuando estás observando algo que te emociona, como si te conectase con una parte casi mágica, que fue creada para un propósito transcendente. En muchas ocasiones el arte nos cautiva y nos lleva a reflexionar sobre qué pensó el autor cuando creó una obra determinada. Y en las mejores ocasiones, nos olvidamos del autor y nos centramos en disfrutar de la obra de arte como si fuese un mundo paralelo por explorar, sin importar su origen, sino el destino a donde nos lleve. El arte en la ciencia es justo así.
Tengo la teoría que todo científico enamorado de la ciencia es capaz de ver arte en los pequeños detalles de su día a día. Mirar una colonia de bacterias a través de un microscopio significa entre otras cosas observar una coreografía improvisada llamada “movimiento browniano”. Las bacterias se mueven aleatoriamente por la gota de agua en la que flotan. Pero lo hacen de manera tan ordenada que parece estar previamente ensayado, como si no dejasen nada al azar. Y si nos alejamos de los prejuicios y los estereotipos frente a estos pequeños organismos, resulta absolutamente hipnótico y hermoso.
A una escala mucho más “macro”, los científicos que estudian el universo se entusiasman mirando movimientos de ondas invisibles al ojo humano o planetas que están a miles de años luz. Las fotografías que toman los telescopios espaciales son verdaderas obras de arte, en las que los científicos no solo ven belleza, sino significado. Escuchar a un científico que estudia las tormentas solares hablar de cómo se forman o cómo afectan a nuestra vida, es una forma diferente de escuchar recitar una poesía. Las ideas fluyen con el objetivo de comprender el Universo, pero también consiguen, a través del nuevo conocimiento, sacar toda la belleza que hasta ese momento nos había estado oculta.
Cuando miramos un poco más cerca, dentro de nuestro propio cuerpo, el arte y la ciencia se fusionan en puro sentimiento. El dolor, la alegría, la tristeza… nuestras neuronas nos conectan o nos desconectan de todo lo que podemos sentir. Son las que nos llevan a sentir el arte. Nuestro cuerpo tiene la increíble capacidad de curarse o de herirse a sí mismo. Y durante todo ese proceso, la ciencia lucha contra la propia naturaleza en una épica batalla que supera cualquier cuadro bélico jamás pintado.
Es curioso pensar cuántos de los científicos que conozco son aficionados o apasionados de la fotografía. Como si quisieran capturar cada uno de los momentos en los que han sentido el arte de lo que están viendo o estudiando. Algunos de ellos tienen un talento excepcional para captar la naturaleza de una forma salvaje o hermosa, más allá de la trascendencia de sus observaciones. Por eso, en muchos congresos científicos existen concursos de fotografía científica, en los que el objetivo no es lanzar un descubrimiento o plasmar un hito científico, sino simplemente deleitarse con la belleza y el arte que hay en un determinado campo de estudio.
Sin duda el ligalismo lleva mucho tiempo viviendo en los científicos. Y todo el que se acerque a la ciencia a través de la emoción que nos genera a muchos de nosotros, se acercará también al arte que siempre la acompaña de cerca.