Que el arte y la ciencia llevan haciendo ligalismo toda la vida es algo que científicos y artistas saben desde siempre. Porque cualquiera de ellos es consciente que todo avance en el campo que sea, necesita de lo multidisciplinar para poder ser realizado. La creatividad humana es, de hecho, una actividad que se retroalimenta de sí misma y que sumerge sus inspiraciones en todas las fuentes del saber, mezclándolas, agitándolas, depurándolas.
Cuando hace ya bastantes meses, el profesor Fernando Bolívar me habló de ligarme para el ligalismo, me pareció una propuesta divertida. Divertirse es la primera premisa para que las cosas fluyan y funcionen. El sentido del humor, además, debería ser un componente más de nuestros procesos creativos y la mejor manera de trabajar seriamente en algo.
Ligalismo, ya la propia palabra destila sentido del humor, adecuada señal para que algo salga bien.
Deduzco que la invitación de mi amigo Fernando estaba motivada por mi labor como artista de ecléctico trabajo, que dialoga constantemente con lo científico y se regodea —en muchas ocasiones— en el misterio de los gabinetes de curiosidades. También en mi labor como investigador en la que, junto al Grupo de Investigación “Arte, Ciencia y Naturaleza” de la Universidad Complutense, realizamos una tarea de aproximación entre disciplinas que ha culminado en distintas colaboraciones, publicaciones y exposiciones en instituciones tales como el Jardín Botánico de Valencia, o el de Madrid, el Museo de la Evolución Humana de Burgos, la Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla, el Museo de Anatomía Comparada o el de la Farmacia Hispana de la UCM, entre otras.
La relación entre el arte y el conocimiento no solo es estrecha, también es indesligable. La imagen siempre ha sido el vehículo indispensable para que la ciencia avance. El dibujo ha sido la herramienta precisa para hacer visible lo invisible, conformar teorías, delimitar territorios, plasmar el universo, marcar recorridos, mostrar formas, descubrir las diferencias, definir acciones, indicar procesos, enseñar maneras de uso, documentar la historia, definir porcentajes, construir ciudades, diseñar objetos, marcar límites, convertir lo tridimensional en bidimensional, diseccionar el mundo, abrirlo como una monda de naranja y reducirlo al tamaño de un folio para que podamos recorrerlo con un dedo. Y cuando el dibujo no ha podido, lo ha hecho la fotografía y cuando no, las radiografías, las resonancias, las simulaciones digitales, la realidad aumentada, los gráficos 3D…
Evidentemente tanto lo artístico, como lo científico, y sus modelos, han ido evolucionando junto con sus herramientas y conceptos, de la misma manera que las relaciones entre sus protagonistas —artistas y científicos— también lo ha hecho. Pero la necesidad de construir a partir de imágenes y la necesidad de apoderarnos de lo construido también a partir de ellas, eso no ha cambiado, porque prácticamente todo lo creado por el ser humano ha sido antes imagen —dibujo—, o ha acabado registrado en alguna.
El célebre guiño de Jorge Luis Borges —en su "Del rigor en la ciencia”— a los cartógrafos de lo imposible afanados en hacer una mapa a escala real del imperio, parece haber encontrado en Google Maps el mejor alter ego. Que las maneras de ver y de captar imágenes han cambiado, es evidente, como también lo es las diferentes maneras de ver y entender el mundo.
Ya no recorro con el dedo las sinuosas líneas que marcan las fronteras entre países del viejo mapa que colgaba en el despacho de mi abuelo. Ya no continuo mi viaje deteniendo mi índice sobre la palabra mar, pensando en cómo las líneas forman letras y éstas palabras que dan nombre a las cosas, para saltar a golpe de dedo de continente a continente. O bueno, tal vez sí. Pero de manera diferente. Ahora mi dedo presiona sobre un ratón y dirige un puntero hacia la inmensidad de los mares y me deja aproximarme a islas remotas para, saltando de una a otra, recorrerlas desde el cielo. Gran parte de nuestra realidad la conocemos o reconocemos sin haberla visto nunca, gracias a la imagen, al dibujo que tenemos de ella. Hay una parte de la magia —esa que me hacía volar con la imaginación sobre el mapa— que ha cambiado por otra magia nueva —esa que me hace volar con la imaginación sobre el mapa. Las imágenes siguen teniendo la capacidad de incitarnos a imaginar, a conocer, a volar. Y la ciencia la capacidad de conseguir que lo hagamos. Por lo tanto, y a pesar de los cambios, es importante que sigamos estrechando los lazos si queremos seguir sorprendiéndonos, disfrutando o volando. Y quizá el ligalismo sea una manera original de hacerlo.
Artista plástico, Profesor de Dibujo. Facultad de Bellas Artes. Universidad Complutense de Madrid