Beatriz Molina

Cuando cumplí siete años, mi abuelo materno, me introdujo en una forma de “ligalismo”, regalándome un libro del terrible florentino, en el que una vez superadas cinco páginas con sus inventos más conocidos, desgranaba una serie de fábulas de contenido no precisamente infantil, “Fábulas de Leonardo Da Vinci”, era el título del volumen que aún conservo.
Aún no existía el Ligalismo, tendríamos que cambiar de siglo y que Fernando diera voz a una realidad que, como ya he explicado, algunas personas ya habíamos vivido. En pleno auge de la superespecialización, ser ligalista es volver la mirada al pasado, es no permitir que otros te etiqueten, es enriquecerse con los conocimientos de otras personas que son diferentes a ti, es indagar en tus propias capacidades… Alcanzar este prototipo de hombre renacentista, no es una utopía, debiera ser la meta de todo aquel capaz de crear y pensar.
Pero yo no me quedaría aquí, echaría la vista aún más atrás, al siglo I, en el que ya Juvenal escribía aquello “orandum est ut sit mens sana in corpore sano”, aludiendo a tres pilares sobre los que se asienta el equilibrio humano: la espiritualidad, el cuerpo y el conocimiento. Cuanto mayor equilibrio encontremos entre estos tres puntos, más fácil será alcanzar la felicidad, aquello a lo que hemos sido llamados.
No se trata, por tanto, de ser experto en muchas disciplinas, tarea imposible, sino una vez alcanzado un grado de dominio sobre algún área concreta, iniciar un camino que nos enriquezca y nos permita adquirir las competencias necesarias, para alcanzar nuestro máximo potencial. Que nada nos ponga límites.

Bibliotecaria, escritora y amante del deporte

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